La situación se vuelve cada día más difícil para el Banco Central Europeo (BCE), sigue comprando deuda pública sobre un fondo de creciente descontento ciudadano que aumenta a la par que los precios al consumidor.
Sin embargo, una pronta conclusión de estas compras podría añadir presión a los precios de los bonos italianos, ya que Italia es uno de los Estados miembros con mayor dependencia del suministro energético ruso y sus bancos presentan una exposición bastante elevada a Rusia.
El BCE debe hallar un equilibrio entre el riesgo de fragmentación y el riesgo de perder su credibilidad como garante de la estabilidad de los precios. Es difícil pronosticar en qué punto se estabilizará el diferencial entre la deuda pública alemana y la italiana a corto plazo.
Podemos constatar que la respuesta fiscal de la Unión Europea a la guerra de Ucrania difiere de la que adoptó ante la crisis del Covid-19 en 2020. En aquel momento, vimos planes de actuación flexibles y generosas garantías de préstamos a nivel nacional.
Entonces, el BCE, como supervisor único del sistema bancario, se aseguró de que el impulso crediticio llegara al sector empresarial poniendo a su disposición generosos instrumentos de refinanciación, pero también fortaleció los balances de los bancos al prohibir los pagos de dividendos y las redistribuciones de capital.
En esta ocasión, observamos más medidas fiscales para mitigar el impacto del encarecimiento de la energía. Las garantías de préstamos no están sobre la mesa, por lo que el mecanismo de transmisión no debe ser motivo de preocupación.
“Los bancos europeos están bien capitalizados y sus tasas de mora son bajas. Por lo tanto, seguimos apreciando valor en los instrumentos diversificados de la deuda subordinada de los bancos europeos, en particular teniendo en cuenta los niveles actuales de los diferenciales”, expresa Yves Bonzon, CIO de Julius Baer.