¿Se puede terminar con el hambre?

Aunque pueda parecer una utopía, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) tiene un plan para lograrlo: combatir los efectos del cambio climático, formar a las comunidades vulnerables y convencer a las sociedades desarrolladas de la necesidad de un consumo responsable.

«Como clientes sabemos que compramos mucho más de lo que podemos consumir. Necesitamos un nuevo compromiso, que nazca de nosotros mismos, para comprar lo que necesitamos en lugar de lo que queremos», asegura la directora del organismo de la ONU, Ertharin Cousin.

Con el verbo educar enraizado en su discurso, Cousin, quien asumió la dirección del PMA en abril de 2012, es consciente de que la ecuación del hambre tiene demasiadas incógnitas: «Es un problema que tiene diferentes respuestas dependiendo de cada comunidad». Mientras en los países desarrollados la comida es arrojada a la basura por fechas de caducidad demasiados cortas, empaquetados deficientes o, simplemente, por una apariencia inadecuada, en los universos del hambre el desafío es la conservación.

«En el África subsahariana el 40 % de las cosechas se pierde por la falta de almacenamiento y refrigeración adecuada. Esos problemas también los tenemos en Latinoamerica», apunta. Mejorar las cadenas de conservación en los países en vías de desarrollo y concienciar a Occidente de la necesidad de un consumo responsable es una receta sencilla para acabar con el desperdicio masivo. Y acabar con esta lacra es el primer paso para erradicar el hambre en 2030.

«¿Acabar con el hombre en 2030? «La respuesta es sí. No es un sí fácil, es un sí que requiere que toda la comunidad internacional no solo se comprometa, sino que invierta los recursos necesarios para apoyar los cambios que son necesarios y que las comunidades rurales se adapten al cambio climático».

El año pasado, en la aprobación de los 17 objetivos de desarrollo sostenible, el mundo se comprometió «a no dejar a nadie detrás», a convertir la erradicación del hambre en un arma de paz. La cumbre del cambio climático en París fue «un paso más», recuerda Cousin: un paso de USD 100 millones en recursos para apoyar a las comunidades más vulnerables. «Ya hay un compromiso de la comunidad internacional, ahora lo que necesitamos es poner ese acuerdo en práctica a nivel local (…). Sabemos cómo hacerlo, lo que necesitamos es el compromiso público para lograr las inversiones en programas y actividades que a lo largo de los años aseguren los cambios precisos para lograr el objetivo», subraya.

Las herramientas están claras: educar y «poner alimentos donde no hay». «Además de comida es necesario proporcionarles educación porque si no tienes el hábito de comer los alimentos adecuados y no sabes cuáles son, aunque tengas acceso a los recursos no comprarás la comida adecuada», resume Cousin.

Poner el foco de la ayuda contra la desnutrición en las embarazadas y en los menores, en la denominada ventana de los 1.000 días, es el primer paso; cambiar sus rutinas higiénicas, concienciando a las poblaciones vulnerables de lo importante que resulta, por ejemplo, lavarse las manos, es el siguiente eslabón.

«Se trata de combinar el acceso a la comida nutricionalmente adecuada y la educación para cambiar los hábitos», insiste la mujer que comanda un escuadrón de 13.500 personas para luchar contra el hambre en 80 países. Más de 90 millones de ciudadanos son atendidos por los programas del PMA, de los que el 80 % residen en zonas vulnerables al cambio climático, donde las inundaciones, las sequías y las amenazas de la atmósfera son tan dañinas como las guerras.

«Estamos comprometidos a apoyar las medidas que aseguren que estas poblaciones que no tienen el lujo de poder escapar de estas áreas vulnerables tengan al menos la posibilidad de mantener su vida y alimentar a sus hijos a pesar de los impactos del cambio climático», afirma Cousin.

Muchas de estas regiones, como Centroamérica, se enfrentan ahora a un nuevo enemigo climático, El Niño. Si en el Corredor Seco de Guatemala hace cuatro años que la lluvia «empezó a fallar» a consecuencia del cambio climático, ahora es el «El Niño» el que «vuelve a afectar a estas poblaciones, exacerbando y extendiendo la sequía». «Al final, para la gente, es una sequía que le impide acceder a la comida», sentencia Cousin. Para los nadie, la miseria siempre tiene el mismo nombre.

Una miseria que se extiende por el mundo, propagando las guerras y los enfrentamientos: «la falta de alimentos está conectada con los conflictos. Siria es un ejemplo de ello», asegura. Yemen, Siria, Sudán del Sur… lugares en los que el «desafío» no es siquiera la educación o la calidad de los alimentos, allí se trata, «simplemente, de dar de comer a la gente que es víctima de los conflictos políticos». Cuatro millones cada mes en Siria; tres en Yemen.

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